Una palabra puede ser más potente que una lluvia de misiles, porque una palabra dicha, o no dicha, gritada o susurrada puede desatar una revolución. Uno no se da cuenta de todo lo que tiene para decir hasta que empieza a decirlo. Las palabras están ahí, atrapadas en tu cabeza, quieren salir, quieren ser dichas, quieren ser gritadas. Decir algo es muy potente, pero más potente aun es no decirlo. Porque el silencio también tiene palabras, pero son palabras guardadas, elegidas, que esperan pacientes el momento de ser reveladas. ¿De qué sirven las palabras si uno las dice y nadie del otro lado las recibe? ¿Qué valor tiene una palabra si nadie la escucha? Sin palabras no hay silencios, y sin silencios no hay palabras. Muchas veces no sabemos por que callamos, y muchas más no sabemos por qué hablamos. A veces la palabra justa es esa que calla. A veces no hay palabras. A veces las palabras se escuchan sin que sean dichas. A veces callamos para evitar más dolor, y en silencio aparecen las palabras que tanto necesitábamos. Un silencio, una palabra sencilla o un monólogo irritante, todo habla, todo dice. A veces hay que pasar de la palabra al acto, porque el resto es puro bla bla.
William Shakespeare decía: Siempre me siento feliz, ¿sabes por qué? Porque no espero nada de nadie, esperar siempre duele. Los problemas no son eternos, siempre tienen solución, lo único que no se resuelve es la muerte. La vida es corta, por eso ámala, se feliz y siempre sonríe, solo vive intensamente y recuerda: antes de hablar, escucha; antes de escribir, piensa; antes de herir, siente; antes de odiar, ama; antes de rendirte, intenta; antes de morir, vive.
28 de septiembre de 2010
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